¿CÓMO CONSERVAMOS EL GOZO?

David Wilkerson (1931-2011)

“El gozo de Jehová es vuestra fuerza” (Nehemías 8:10). En el momento en que estas palabras fueron proclamadas, los israelitas acababan de regresar del cautiverio en Babilonia. Bajo el liderazgo de Esdras y Nehemías, el pueblo había reconstruido los muros arruinados de Jerusalén; y ahora se propusieron restablecer el templo y restaurar la nación.

La gente tenía hambre de oír la Ley de Dios siendo predicada a ellos y estaba completamente preparada para someterse a la autoridad de Dios. Esdras, el sacerdote, “leyó en el libro [la Ley] delante de la plaza … desde el alba hasta el mediodía … y los oídos de todo el pueblo estaban atentos al libro de la ley” (Nehemías 8:3). ¡Qué escena tan increíble! Esdras predicó durante cinco o seis horas y nadie siquiera notó el tiempo porque estaban tan cautivados por la Palabra de Dios.

A veces, Esdras estaba tan sobrecogido por lo que leía que se detenía para “bendecir a Jehová, Dios grande” (ver 8:6). La gloria del Señor descendió poderosamente; y el pueblo levantó sus manos en alabanza a Dios: “Todo el pueblo respondió: ¡Amén! ¡Amén! alzando sus manos; y se humillaron y adoraron a Jehová inclinados a tierra” (8:6).

Un resultado importante de esta poderosa predicación fue una ola de quebrantamiento entre los oyentes. Al entender la Ley de Dios, comenzaron a arrepentirse (6:9). La mayoría de cristianos nunca asocia el gozo con el arrepentimiento, pero el arrepentimiento es, de hecho, la madre de todo el gozo en Jesús. Creo que el Señor desea moverse hoy entre su pueblo, de la misma manera. Pero es necesario un pueblo ansioso por oír la Palabra de Dios y obedecerla.

Cuando fijamos nuestros corazones para obedecer la Palabra de Dios, permitiendo que su Espíritu exponga y haga morir todo pecado en nuestras vidas, el Señor mismo nos hace regocijarnos. “Dios los había recreado con grande contentamiento” (12:43). ¿Cómo conservamos el gozo del Señor? Lo hacemos de la misma manera en que obtuvimos dicho gozo al principio: Primero, amamos, honramos y tenemos hambre apasionado por la Palabra de Dios. Segundo, caminamos continuamente en arrepentimiento. Y, tercero, nos apartamos de todas las influencias mundanas.