Sin Causa lo Aborrecieron

 

"Pero esto es para que se cumpla la palabra que está escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron” (Juan 15:25, énfasis añadido).

Jesús dijo que él había venido a buscar y salvar lo que se había perdido. Él era aquel que tenía el poder de dominar aún los vientos y las olas. En cualquier momento Cristo pudo haber enviado fuego del cielo para destruir a los impíos. En cambio, Jesús vino como un humilde siervo.

Los evangelios nos dicen que él escuchó pacientemente el clamor de la gente quebrantada. Las multitudes le suplicaban a Cristo que los liberara de sus aflicciones. Y él suplió sus necesidades: sanó a los enfermos, abrió los ojos de los ciegos, destapó los oídos de los sordos, soltó las lenguas de los mudos e hizo caminar a los paralíticos. Jesús  puso en libertad a los cautivos de cualquier tipo de esclavitud. Aún resucitó a sus muertos.

Inclusive algunos incrédulos estaban de acuerdo en lo siguiente: Nadie amó a la humanidad más de lo Jesús la amó. Él se afligía ante las multitudes, viéndolos como ovejas perdidas necesitadas de un pastor.

La verdad es que nadie en la historia debiera ser más venerado, respetado y amado que Jesucristo. Él debe ser honrado y puesto en alta estima por todo el mundo. Realizó obras de compasión con la gente que conoció, lloró ante la ceguera espiritual del mundo y derramó su vida por todos.

A pesar de la bondad que Jesús mostró, el mundo le aborreció sin causa.  

Habían diez mil o más razones para que la gente amara a Jesús y ninguna razón para aborrecerlo. Los cuatro evangelios lo representan como amable, paciente, sufrido, lleno de ternura, perdonador, deseoso que ninguna persona perezca. Él es llamado pastor,  maestro, hermano, luz en la oscuridad, médico, abogado, reconciliador. Jesús no dio ningún motivo para ser aborrecido por nadie.

Entonces, ¿qué hizo Cristo para ser tan despreciado, tanto entonces como ahora? Sencillamente, el mundo le aborreció porque él vino como luz para librarlos de las tinieblas.

Jesús declaró ser él mismo la luz del mundo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). Pero también Cristo nos dice: “Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (3:20).  

 

El Evangelio de Cristo incluye el llamado a “desechar las obras de las tinieblas, y… vestirse las armas de la luz” (Romanos 13:12).

He aquí la razón que el mundo tiene para aborrecer a Cristo, tanto en aquellos días como ahora. Jesús prometió liberar a la gente de sus cadenas de tinieblas. Él prometió poner en libertad a los hombres de todo poder satánico en cualquier lugar.

Sin embargo, lo que los cristianos vemos como un regalo tan santo, como es la liberación y la libertad, el mundo lo ve como una forma de esclavitud. Ellos aman sus pecados y no tienen ningún deseo de librarse de ellos.

“¿A eso le llaman libertad?”, preguntan los incrédulos. “No, más bien ésta es la libertad. Nosotros podemos hacer lo que queramos con nuestros cuerpos y mentes. Nos declaramos a nosotros mismos libres de todas las restricciones. Ya somos libres, libres de la esclavitud de la Biblia, libres de todos los tabús sexuales, libres para adorar al dios que nosotros escojamos, o a ninguno si queremos”

En pocas palabras, el mundo ama las cosas de este mundo. Los impíos disfrutan los placeres del pecado. Jesús dijo que éstos prefieren las tinieblas que la luz.

“Y esta es la condenación [la razón para aborrecerlo]: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Juan 3:19)

 

Jesús les advirtió claramente a sus discípulos: “Porque los he escogido a ustedes fuera de este mundo, el mundo los aborrecerá, así como ellos me aborrecieron.”  

Cristo les dijo a sus seguidores: “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.” (Juan 15:19).

Jesús también añade en ese mismo pasaje: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros” (15:18). 

En pocas palabras, si usted es de Cristo, si Dios lo sacó de una vida mundana para que siguiera a su Hijo Jesús, usted nunca será amado ni aceptado por este mundo. ¿Por qué?

Así como Cristo dijo que Él es la luz del mundo, él también nos dice que nosotros somos la luz del mundo: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mateo 5:14).

Por un momento recuerde el tiempo en el que usted nació de nuevo en Cristo, cuando vio por primera vez la Luz, que es Jesús, y se enamoró de él. Las cosas del mundo que alguna vez amó, ahora le parecen despreciables, y las cosas santas que antes odiaba, ahora las ama. Usted creyó a la Luz.

Si Cristo trae tal luz, ¿por qué hay tanto rechazo hacia Él? ¿Por qué tantas burlas a su Palabra y tantas ganas de ridiculizar a su Iglesia? ¿Por qué la sociedad llega a tal extremo de eliminar todo lo tenga que ver con Cristo? Por años, las cortes han intentado prohibir aún la mención de su Nombre. ¿Por qué tanto aborrecimiento a Jesús y a aquellos que se sujetan a su Palabra como su brújula moral?

Piense lo extraño que es tal aborrecimiento. La gente normalmente no odia a aquellos que los aman. Y los verdaderos cristianos muestran amor al mundo. Aquellos que caminan sinceramente y de todo corazón con Jesús son mansos, amigables, perdonadores, gentiles y aún abnegados. Ellos responden a la necesidad humana que hay a su alrededor.

Inclusive, los grupos cristianos frecuentemente son los primeros en responder en situaciones de desastre. Bendecimos al mundo con nuestras manos serviciales y nuestras oraciones de consuelo. Y a pesar de eso, somos odiados. Nosotros que nos llamamos con el nombre de Cristo, somos hijos de paz, y aún así somos odiados por el mismo mundo al cual le ofrecemos ayuda.

 

Este aborrecimiento hacia los seguidores de Cristo tiene que ver con nuestra misión como portadores de luz.

Como testigos de Cristo somos llamados a realizar una tarea aparentemente imposible. Piense en ello: Le pedimos a la gente mundana que renuncie a aquellas cosas que son sumamente queridas para ellos, y los invitamos a  vivir una vida que, a sus ojos, parece una forma de esclavitud. Lo que para nosotros es el cielo, a ellos les parece una clase de infierno.

Considere aquello a lo que somos llamados a hacer con tal de testificar al mundo:

Le pedimos a la gente que abandone y se aparte de los mismos pecados que ellos aman.

Estamos llamando a la gente a arrepentirse por haber rechazado el amor y la misericordia de Dios, quien demostró su amor enviando a su Hijo a la cruz. Esta gente ha luchado durante años para hacer callar su propia conciencia, la misma a la que nosotros apelamos. Ellos no quieren oír ningún mensaje sobre su culpa. Han pasado toda su vida tratando de eliminar cualquier pensamiento acerca del día del juicio final.

Somos llamados a decirles a los pecadores, hombres y mujeres, que su propia bondad, rectitud moral y sus buenas obras no les hacen dignos de recibir ningún favor de parte de Dios.

Somos llamados a persuadir a aquellos que son justos en su propia opinión, a que deben hacer morir sus propios deseos a fin de dar sus vidas por los demás.

Somos llamados a decirle a la persona mundana que su integridad es como trapos de inmundicia a la vista de Dios. Al decirle esto, le estamos quitando su perla de gran precio, aquello por lo cual trabajó arduamente para obtener. Y cuando le decimos que ninguna cantidad de justicia propia puede contar a su favor para su salvación, tal persona nos despreciará.

 

Mientras algunos dicen que la predicación de la cruz es demasiado intolerante, otros (los llamados “nuevos evangélicos”) buscan acomodarla a los deseos carnales de la gente.

Actualmente, muchas voces en la iglesia dicen que los cristianos deben aceptar y mostrar una nueva clase de amor. Ellos hablan acerca de un amor en el cual la verdad bíblica debe ajustarse según la época.

De acuerdo a este "evangelio", no es necesario que la persona haga cambios después de aceptar a Cristo. De hecho, no es necesario el arrepentimiento. Más bien, el objetivo de presentar este evangelio es sencillo: derribar cualquier barrera que pueda ser considerada como un obstáculo para que la persona acepte a Cristo.

Yo le pregunto: ¿Es posible que hayamos permitido que la plenitud de la luz de Cristo se haya oscurecido parcialmente?

Jesús advirtió acera del peligro que hay cuando nuestra luz se convierte en tinieblas. “Mira pues, no suceda que la luz que en ti hay, sea tinieblas” (Lucas 11:35). En pocas palabras, él nos está diciendo: “No permitas que ninguna parte en ti se convierta en tinieblas”.

Usted dígame, ¿se ha oscurecido nuestra luz cuando las encuestas muestran que el 20 por ciento de los jóvenes evangélicos aceptan el matrimonio entre personas del mismo sexo? ¿Se ha convertido nuestra luz en tinieblas cuando más y más cristianos quieren ser amados y aceptados por el mundo? De acuerdo con Jesús, cualquier deseo de aceptación del mundo hace que nuestra luz se oscurezca.

 

Quiero plantear una pregunta a todos los cristianos que están leyendo esto.

Díganme, ¿están cansados de cargar con la afrenta de la cruz? ¿Están hartos de que se burlen de ustedes, que sean menospreciados y vistos como la escoria de la tierra? ¿Están cansados de ser rechazados y ridiculizados?

Usted puede ser aceptado fácilmente. Podrá tener al mundo llamándole amigo, asociándose con usted, admirándole, y aún amando la clase de evangelio que usted predica. ¿Cómo es esto? Sucede cuando usted permite que las ideas del mundo se filtren en su alma. Usted se deshace de la deshonra de Cristo, convenciéndose a sí mismo que es posible mezclarse con las tinieblas y permanecer siendo una luz para el mundo.

¡No, no funciona así! Si usted sucumbe a tal amistad con el mundo, su luz se convertirá en tinieblas. Jesús describe este proceso de la siguiente manera:

“Pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?” (Mateo 6:23). Tal es la condición de su alma cuando algo del mundo se le ha arraigado.

 

En la última cena, Cristo les advirtió a sus discípulos: “Algunos de ustedes serán muertos, algunos serán apresados, y todos serán perseguidos.”

En ese momento, Jesús le dio a sus discípulos una palabra de instrucción. Tenía el propósito de enseñarles cómo alcanzar a su generación después de que él se fuera. Les dijo: “Un nuevo mandamiento os doy” (Juan  13:34).

Con este nuevo mandamiento no se refería a métodos de evangelismo. Jesús ya les había dicho que fueran por todo el mundo predicando su evangelio. Él también les había indicado que necesitarían del Espíritu Santo para cumplir ese mandamiento. Ahora les estaba dando un mandamiento totalmente diferente, uno que no habían escuchado antes.  

Jesús simplemente les dijo a estos hombres:

“Si ustedes obedecen este nuevo mandamiento, todos los hombres sabrán quiénes son ustedes. Eso hará que ellos sepan exactamente en donde ustedes están parados. Ellos podrán odiarlos, llamarlos fanáticos, acusarlos de ser intolerantes. Los podrán expulsar de sus sinagogas. Pero ellos verán y sabrán que ustedes son míos”.

¿Cuál era este nuevo mandamiento? Jesús les dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros" (13:34, énfasis añadido).

At this point, Jesus gave the disciples a word of direction. It was meant to teach them how to reach their generation after he was gone. He told them, “A new commandment I give unto you” (John 13:34).

Este mandamiento no es una opción, sino que va dirigido a todo aquel que sigue a Cristo.

Este mandamiento es el punto de partida de todos los esfuerzos por evangelizar. Sí, debemos alimentar al pobre, hacer muchas buenas obras y predicar a Cristo con denuedo. Pero si vamos a penetrar " las densas tinieblas"  que cada vez cubren más a este mundo, tenemos que asirnos a este nuevo mandamiento. Con ello, seremos totalmente identificados como quienes son "de la luz."

“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35).

Nuestro amor del uno para con el otro en la iglesia no debe ser meramente de palabra sino demostrado con hechos. Sólo el amor en acción captará la atención de una generación perdida. Hará que el mundo reconozca que éste es el mismo amor que Jesús tiene hacia su pueblo.

Este amor es la única manera de penetrar las tinieblas, y es también nuestra única respuesta al aborrecimiento del mundo. “Que os améis unos a otros; como yo os he amado” (13:34).

No necesitamos un libro o una lista que nos indique como amar tal y como Cristo nos amó. Yo lo puedo resumir todo en una frase: Significa poner nuestras vidas por aquellos de la misma fe. De hecho, lo puedo llamar con una sola palabra: martirio.

“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (15:13).

 

El autor del libro de Hebreos nos dice: “Otros fueron atormentados, no aceptando el rescate” (Hebreos 11:35, énfasis añadido).

Cuando esta declaración fue escrita, la iglesia de Jesucristo era todavía un movimiento subterráneo. Aquellos que perseguían y torturaban a estos cristianos demandaban saber: “¿Quiénes son sus pastores? ¿Dónde se reúnen? Díganos los nombres de las personas con las que adoran”.

Pero estos creyentes amaban a sus hermanos tal y como Cristo los había amado. Así que sufrieron por amor a los santos, al punto de entregar sus propias vidas por sus compañeros (?). “Fueron apedreados, aserrados… muertos a filo de espada” (Hebreos 11:37).

Déjeme decirle lo que yo sé acerca de los mártires de nuestros días. Sé algunos de sus nombres. Estas personas son afligidas, despojadas, torturadas. Muchos de ellos resisten diariamente la tortura de mente, alma y cuerpo. Algunos, sufren tal angustia y dolor que le darían la bienvenida a la muerte.

Estos preciosos creyentes están poniendo sus vidas diariamente al guardar la fe en momentos de gran angustia y prueba. Sobreviviendo, ellos siguen adelante, sosteniéndose por la fe día a día.

Nosotros que vivimos en países libres también “ponemos nuestras vidas” en cierto sentido. Esto sucede cada vez que confiamos en Dios durante otro día, alabándole en medio de nuestras adversidades. Todo el tiempo, los ojos de muchos nos están mirando. Los incrédulos, que nos han oído testificar del poder y cuidado de Dios, examinan nuestras acciones de cerca. Y los nuevos convertidos monitorean nuestra fe mientras luchamos con sus propias dudas.

El hecho es que ninguna otra clase de amor capta más la atención de “todos los hombres” como lo hace el amor sacrificial para con nuestros hermanos.

¿Por qué el “nuevo mandamiento” de Jesús es tan importante hoy en día?

Es urgentemente importante porque el Espíritu Santo ha traído un fuerte sentido de necesidad sobre nuestra generación. Considere lo siguiente: ¿Por qué el alcoholismo y la drogadicción  están a la alza? ¿Por qué está aumentando el número de personas que se vuelven a las drogas? ¿Por qué hay tantos suicidios?

La respuesta es simple: la gente está herida dondequiera. Hay una “epidemia de pecado” por todo el mundo, las multitudes están enfrentando días vacíos y noches angustiosas. Ellos encuentran muy poco en qué confiar. ¿A quién se pueden acercar? ¿Dónde podrán encontrar a alguien que les pueda mostrar que hay esperanza? ¿Dónde está la fuente de verdadera compasión, alguien que haya soportado en carne propia el dolor y sufrimiento?

Los que están heridos y desconcertados en este mundo no se van a volver a personas que dudan de su propia fe. Ellos no van a salir a buscar a gente que piensa que Dios les ha puesto más de lo que ellos puedan soportar.

Por supuesto, es verdad que todos los creyentes tienen su “tiempo de llorar”. Aún los cristianos más piadosos pueden ser abrumados por tristezas y pruebas. Para muchos santos, el dolor personal se ha vuelto tan fuerte que han sucumbido a la fatiga, sintiéndose completamente desvalidos.

Aún en medio de sus tristezas, ellos siguen clamando al Señor. En su lamento, ellos se aferran a las consoladoras promesas del Padre. Y a diario se levantan de nuevo y continúan luchando con fe renovada.

Estos creyentes simplemente no claudican. Ellos confían en el Espíritu Santo para que mantenga su fe ardiente como una antorcha, por amor a Cristo y a su iglesia.

Amado santo, aquí es donde el verdadero amor empieza: dejando a un lado nuestros sueños, esperanzas y planes, para compartir los sufrimientos de Cristo y rendirnos voluntariamente a nuestra cruz. Este es el amor que todos los hombres pueden ver. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos” (Juan 13:15).