Una vida de dar

Gary Wilkerson

Era la noche de la Última Cena, y Jesús estaba terminando su conversación final con los discípulos. Todo lo que dijo aquella noche fue sabiendo que él estaba a punto de dejarlos. Así que concluyó la reunión con una oración de aliento acerca de cosas que venían: una Iglesia que debía vencer y ser triunfante; un pueblo en el que su amor por otras personas fuese un testimonio al mundo; un poder divino y autoridad fluyendo a través de sus seguidores; y la gloria del Padre descansando sobre su pueblo. Éstas fueron todas las cosas que Jesús quería dar a su Iglesia a través del Espíritu Santo.

Piensa en lo que Jesús acaba de hacer. En tres años de ministerio Él sanó enfermos, dio vista los ciegos, levantó a los muertos, alimentó milagrosamente a grandes multitudes, predicó las buenas nuevas a los pobres, y enseño a las masas la verdad acerca de su Padre celestial. Es una lista maravillosa de cosas hechas por el Hijo a través de su obediencia a la voluntad del Padre.

Cristo deja claro que todo esto fue el resultado de la naturaleza generosa del Padre. En Su oración en Juan 17, una  palabra aparece más que cualquier otra: “dar.” “Padre, tú me has dado… Tú les has dado…Les he dado”. En 26 versículos, Jesús utilizó 17 veces alguna forma de la palabra “dar."

La primera cosa que notamos en esta maravillosa oración es cuán frecuente y generosamente el Padre da. Está en su naturaleza dar buenos regalos a sus hijos. Y cuando él envío a su Hijo, hizo una lista de todo lo que le podría dar: “Te daré el poder y la autoridad de mi nombre. Te daré las naciones de la tierra. Te daré palabras que hablarás y las obras que tendrás que realizar. Y te daré mi gloria."

En seguida, vemos cómo Jesús tiene la misma naturaleza de dar como la tiene su Padre. De hecho, su oración es un recuento de todas las cosas que Cristo le había dado a los discípulos—y las cosas que podría continuar dándoles. Este pasaje destaca poderosamente la naturaleza dadivosa en el centro del corazón de Dios.

En un sentido, aquella noche Jesús dio a los discípulos su último deseo y su testamento. Él estaba diciendo, “He establecido mi reino a través de darme a ustedes. Y de esta forma es que quiero que mi reino continúe mediante ustedes.” La última cosa que le dio a sus seguidores antes de partir fue un particular llamado—el llamado a dar.

La naturaleza del Padre es de dar. Y como un niño que creció en un hogar en donde se acostumbraba a dar, Jesús comparte la naturaleza dadora de su Padre. Ahora Jesús nos está llamando a llevar el nombre de la familia a través de una vida de dar.

Para hacer esto, Cristo nos suple la poderosa imagen en la última cena. Él levanta el pan y el vino y dice: Este pan es mi cuerpo, partido por ustedes. Y esta copa es mi sangre, derramada por ustedes.” Noten lo que Jesús hace luego con el pan: Lo bendice, lo parte, y se los da. Haciendo esto, Cristo nos demuestra cómo luce una vida derramada: Es bendecida. Es partida. Y luego se da. Así es cómo deben lucir aquellos que  son hijos o hijas del Dios viviente.

Esta es la diferencia principal entre el mayor porcentaje de la humanidad, quienes tienen como meta principal satisfacer sus propias necesidades, y alguien que ha encontrado su propósito de vida y se entrega por otros. En Cristo, nosotros somos llamados a movernos desde una vida de “obtener” cosas a una vida que se “da.” Jesús nos da poder para esa transición en El Espíritu, reemplazando nuestro espíritu mundano con su propio Espíritu Divino. Él nos dice, “Has sido bendecido por mí. Y ahora estás en la obligación de dar esas bendiciones a otras personas.”

Esta es una teología gloriosa—pero es el cambio más difícil que jamás hayamos hecho en la vida. Durante los últimos años los libros cristianos más vendidos se han enfocado en el lado de “adquirir” cosas. Su tema central es cuánto Dios tarda en bendecir a sus hijos.

Sabemos que eso es verdad debido a su naturaleza de dar; él quiere abrir las ventanas del cielo para derramar sus poderosos recursos sobre nosotros. De hecho, él desea bendecir nuestro matrimonio, nuestra salud, nuestras finanzas. Así que estos famosos libros tienen su valor, admito que yo he buscado alguna ayuda en algunos de ellos.

Pero hay algo que se ha perdido en estos libros. Es esto: Hay algo mucho mejor que una vida bendecida de adquirir cosas—y eso es una vida quebrantada de dar. Una vida de adquirir cosas es fácil: una vida de dar es difícil—y gratificante.

Recuerda: Él bendijo. Él partió. Él lo repartió. Frecuentemente en la Iglesia este proceso se detiene después del primer paso. Muchos cristianos no pasan de la parte bendecida. Ellos no dejan que sus vidas sean quebrantadas delante de Dios, así que ellos nunca llegan hasta el último paso—dar. Así que ellos nunca ven el cumplimiento del propósito de Dios en bendecirnos.

Cristo usualmente comienza su ministerio con nosotros como si fuésemos niños con necesidades que deben ser satisfechas. Esto sucede a través de los evangelios como cuando él restaura la vista al hombre ciego, sana a la mujer que padecía de flujo de sangre, y cuando alimenta a las multitudes hambrientas. Él sale al encuentro de personas que están sufriendo exactamente donde ellos están y le da justo lo que ellos necesitan. Esta fue una razón suficiente para que la gente lo siguiera. Aún algunos de los fariseos siguieron a Cristo debido a sus milagros.

Personalmente fui convencido de seguir a Jesús después de que él satisfizo mi necesidad más profunda. Cuando era adolescente llegue a dudar si Dios era real. Sabía que provenía de una larga orden de ministros que se habían mantenido por muchas generaciones; así que ¿cómo hacía para saber que mi fe no era un adoctrinamiento de mis padres? Me preguntaba; “Si hubiese nacido en China, ¿sería yo un budista? Jesús vino a mí a mi alma herida, y me mostró lo que necesitaba saber: que Buda no me amaba, ni siquiera Mohammed, o Confucio – pero Jesús si lo hizo. Él me reveló la pura verdad acerca de su amor. Y eso cambió mi vida.

Jesús nos bendice en nuestro tiempo de necesidad. Pero, como lo puedes notar, ese es únicamente su comienzo en nuestras vidas. Él nos lleva desde ser bendecidos a luego ser quebrantados porque es la única forma de traernos a una verdadera madurez. El camino del quebrantamiento es como nosotros comenzamos a adquirir su naturaleza dadora.

Let’s face it, our flesh hates the thought of a giving life because it requires brokenness. Think about all those bestsellers whose titles imply blessings. Now imagine a different title on the shelves, this one called The Giving Life. You think, “I want to be a giver,” so you flip through the pages. You read of Paul, who speaks of being shipwrecked, beaten and stoned because he was called to give. You read of the other apostles who were persecuted because Jesus called them toVamos a confrontarnos, nuestra carne odia el pensamiento de una vida entregada a dar porque eso requiere quebrantamiento. Piensa en todos estos libros más vendidos cuyos títulos implican bendiciones. Ahora imagina un título diferente en las portadas, uno que diga:  "Una vida de dar". Tú piensas, “Yo quiero ser un dador,” así que tú saltas a través de las páginas. Lees acerca de Pablo, quien habla de haber naufragado y sido golpeado y apedreado porque fue llamado a dar. Lees de otros apóstoles que fueron perseguidos porque Jesús los llamó a una vida de dar. Mientras te mantienes leyendo rápidamente descubres que: “Este no va a ser uno de los libros más vendidos.” a giving life. As you read along you soon realize, “This is not going to be a bestseller.”

Mucho de ello fue probado en los días de Jesús. Las multitudes no quisieron seguirle cuando él comenzó a predicar verdades difíciles (véase Juan 6). Cuando las personas se volvieron y se fueron, Jesús le dijo a los doce, ¿“Ustedes también quieren irse?” Simón Pedro le respondió, ¿“Señor, a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y hemos creído, y hemos conocido, que tú eres el Cristo el Hijo del Dios Viviente.” (Juan 6:67-69).

La pregunta de Jesús nos coloca en la misma posición de los discípulos: Tenemos que confiar que él es bueno y fiel. Como lo puedes notar, no tenemos que escoger nosotros la agenda para nuestras vidas. Si lo hemos hecho, seremos personas que adquieren, no dadoras. Por ello es que Jesús nos entrega nuestra agenda, nuestros planes. Y aunque nos parezcan duras algunas directrices que nos da, podemos estar seguros que lo hace en amor.

La agenda que Jesús nos dejó con Pedro fue un mandata a dar: "Alimenta mis ovejas."

Cuando Jesús apareció a los discípulos después de la resurrección, él les dio una lección final. Comenzó cuando le preguntó a Pedro si lo amaba. Él le planteó esta pregunta tres veces, y cada vez Pedro le respondía que sí. A su vez,  Jesús le respondía cada momento, “Apacienta mis corderos,” “Pastorea mis ovejas,” “Apacienta mis ovejas” (Juan 21:15-17).

La palabra para amor usada por Jesús aquí es el griego Ágape, indicando que éste amor no es egoísta, sino sacrificado e incondicional. Esta clase de amor dice, “Si me desprecias, yo me daré a ti. Si me rechazas, yo seguiré dándome a ti. Y si me hieres, todavía voy a estar dándome a ti.”

Aún cuando Pedro le respondió a Jesús, él usó una palabra diferente para amor. Cada vez que él manifestaba su amor a Cristo él usaba la palabra Phileo, indicando un amor de hermanos. Esta clase de amor es recíproco—da en la medida que recibe. Pedro estaba diciendo, en esencia, “Mientras que tú me des a mí, yo te daré a ti.”

Esa respuesta no fue suficiente para Jesús. Por ello él le respondió a Pedro cada vez, “Si me amas, alimenta mis ovejas.” Él estaba diciendo, “Mi pueblo necesita ayuda, Pedro. Vuélvete a ellos, aliméntalos, da tu vida por ellos.”

Jesús le estaba comisionando a Pedro a tener una vida dadora. Él sabía que el discípulo lo haría porque en las semanas previas Pedro había sido quebrantado profundamente. Lo que Jesús le dice luego describe el verdadero sentido de una vida de dar—quebrantamiento: “De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras. Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme” (Juan 21:18-19).

Con esta última enseñanza, Jesús dirigió a Pedro desde una vida bendecida a una vida de quebrantamiento, una vida de dar. Y de esta forma le dio a Pedro las llaves del reino. A Pedro le esperaba dolor, angustia y tristeza en la vida dadora que Dios le tenía. Así como en el Evangelio Juan nos dice, que inclusive la muerte de Pedro trajo gloria a Dios.

Amigo, tú y yo quizás no podamos hacer todo lo que queremos en esta vida. Tal vez no tengamos la excelente vida que aquellos libros famosos prometen. Pero podemos tener una vida que refleje la Gloria dadora de la naturaleza del Señor. Entregando todo tu ser por otros con ese Ágape, puedes hallarte siendo derramado con dolor como el vino de la cena. Pero haciendo esto te convertirás en una persona interesada en otros, poderosa, influyente—y el mundo verá la diferencia. Tu vida entregada revelará la misma gloria de Dios—serás un testigo al mundo de su naturaleza amorosa y generosa. Amén.