¿De Verdad?

Las promesas de Dios van mucho más allá de nuestra comprensión

Las grandes promesas que Dios nos ha dado a través de Jesús van más allá de lo que cualquier ser humano pudiera pensar o imaginar. Él nos ha liberado de todo cautiverio y esclavitud del pecado. Él nos ha puesto junto a El mismo en los lugares celestiales.  El nos ha dado nuestra identidad en Él. Si estas increíbles promesas no aumentan nuestra confianza y seguridad, entonces hay algo que está mal con nuestra visión de Dios. Significa que no estamos viendo su gloria plena y claramente como deberíamos.

¿Es esto una realidad para tu vida? Si tu realidad es algo diferente de lo que Dios ha prometido, entonces hay un problema. Tu eres libre, pero aun viviendo en pecado. Aunque ya no estas bajo el dominio de Satanás, pero aún te sientes atado. Tienes la mente de Cristo, pero muy a menudo te sientes desanimado.

Cada vez que me siento tentado a perder la esperanza, abro mi Biblia en un pasaje que renueva mi espíritu: “aconteció que después de muchos días murió el rey de Egipto, y los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre, Y oyó Dios el gemido de ellos…” (Éxodo 2:23-24 NTV). Es increíble pensar que Dios oye el clamor de nuestro corazón. El próximo versículo va aún más allá, dándonos aún mas animo: “Y miro Dios a los hijos de Israel, y los reconoció Dios”. (2:25).

Dios sabe el tiempo exacto para actuar a favor de su pueblo. El sabe el dilema al que los israelitas se enfrentaban: agotamiento, derrota, la perdida de toda esperanza de algún día ser libre. Lo que Israel no sabía es que estaba al borde de su liberación y victoria. Muchas veces cuando estamos mas cerca de la libertad es el momento en el que el enemigo elige soltar una inundación en contra nuestra. Satanás sabe que su tiempo es corto, y cada vez que ve que nuestra victoria se acerca, reenfoca toda su furia en contra nuestra. Irónicamente, cuanto más cerca estaba Israel a su libertad, más difícil les resultaba confiar.

La primera generación de israelitas esclavizados en Egipto había conocido la gloriosa realidad de las promesas de Dios. Las cosas fueron muy diferentes para la generación que leemos en Éxodo 23, un pueblo que solo había conocido esclavitud. Tenían un oscuro pasado y linaje de más de 400 años de esclavitud, y ninguno de ellos podía imaginarse la realidad del pacto de Dios con Abraham para con ellos.

Le doy gracias a Dios de haber oído su clamor. Que maravilloso aliento y animo ofrece esta historia a cualquier seguidor de Cristo que haya sufrido de cautiverio y esclavitud y que haya pensado que nunca se terminaría. quizás hayas llorado y clamado y hayas creído que Dios no te escuchaba. quizás hayas recibido consejería, pero no haya funcionado. Por momentos te habrás sentido al borde de la desesperación. No tengas miedo de clamar como los israelitas hicieron: “y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre, Y oyó Dios el gemido de ellos…” (Éxodo 2:23-24 NTV). 

Muchas veces estamos en el hoyo de desesperación y todo lo que nos queda es nuestro clamor

No tienes que orar alguna teología compleja para que Dios te responda. Todo lo que necesitas es el simple clamor de nuestro corazón: “Señor, te clamo por tu ayuda. No se que mas hacer. Tu Palabra promete liberación de mis enemigos, salvación de mis pecados y victoria en Cristo. ¿Por qué no veo ninguna de estas promesas manifestándose en mi vida? Estoy a punto de perder toda esperanza”.

Esto es lo que ocurre cuando clamas a el: “Y oyó Dios el gemido de ellos, y se acordó…” (Éxodo 2:24 NTV). La palabra hebrea para “se acordó” aquí significa traer al frente de la mente. No es que Dios se haya olvidado de su pacto con Abraham, que le había prometido dar a Israel su propia tierra, una tierra que fluye leche y miel, multitud de niños, y de hacerlos una bendición a otras naciones. Cuando Dios “se acordó”, significa que él estaba a punto de hacer realidad sus promesas al frente de sus vidas. Su deseo para ellos estaba a punto de ser manifestado.

El pasaje dice “Dios…sabia” (Éxodo 2:24-25). ¿Qué exactamente sabia Dios? Él sabia del dolor de su pueblo y cuan lejos parecía la esperanza de que sus promesas se hicieran realidad. Para Dios, en cambio, ya eran una realidad. Aunque Israel estaba en cautiverio, las promesas de Dios para sus vidas ya estaban a su alcance.

Lo mismo es cierto para nosotros hoy. Tomemos el ejemplo de amor incondicional de 1era de Corintios 13, que parece imposible para cualquiera de nosotros alcanzar. El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (1era de Corintios 13:4-7).

¿Son estas manifestaciones de amor una realidad en nuestras vidas? Ninguno de nosotros vive todas esas manifestaciones plenamente, pero aun así sabemos que por la gracia de Dios somos capaces de manifestar estas expresiones de amor. Por eso, nuestro clamor a Dios es “Señor, haz de esta una realidad en mi vida. ¡Esta es tu promesa para mí!

Este debe ser el clamor de cada persona que se sienta desesperada: “Señor, esta es tu promesa para mí!”

La primera promesa de Jesús para nosotros es vida abundante. “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” (Juan 10:10). Esto significa vida desbordante, ríos de agua viva derramándose sobre la ribera de nuestra alma. ¿Es esta clase de vida abundante una realidad para ti? Si no, tu alma debería clamar, “Señor, ¡oye el clamor de mi alma! Tú me prometiste vida abundante. Por favor, destraba cualquier cosa que este impidiendo el fluir de tu vida abundante. Destapa y deja fluir esa vida en mí.

Su segunda promesa es dominio sobre el pecado, Satanás y la muerte. Estos ya no reinan porque Jesús reina ahora. “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.” (Romanos 6:14). El ha puesto el poder de su Espíritu en nuestros corazones, dándonos victoria sobre el pecado y llenándonos de su fuerza y gozo.

“Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.” (Efesios 6:13). Dios nos prepara para apagar cada dardo de fuego que el enemigo nos dispare. Ahora nuestra fe no disminuye cuando Satanás nos dice, “Tu no caminas en amor verdadero, tu no experimentas victoria sobre el pecado, de ti no fluyen ríos de agua viva.” La obra del Espíritu Santo nos permite decir: “Él me ha hecho santo, sin mancha y sin culpa delante de Él. Nada puede separarme de su amor. Por lo tanto, soy mas que vencedor en contra de cualquier arma que el enemigo trate de usar contra mí.”

Lo que Dios hizo al sacar al pueblo de Israel de Egipto, también quiere hacer con esta generación.

Aún cuando Israel estaba en esclavitud, el pacto de Abraham estaba operando en ellos. Así mismo hoy, no importa por qué clase de cautiverio estés pasando, el nuevo pacto está operando en ti. El fluir de Dios para ti es super abundante que parecen absurdos de considerar. Pablo dice que el Señor es: “poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3:20). En otras palabras, cuando consideramos todas las promesas del nuevo pacto para con nosotros, nuestra reacción debe ser: “De verdad? ¡¡Wow”!!

Entonces ¿por que esta vida abundante no es una realidad para muchos cristianos? No es porque Dios retiene sus promesas de nosotros. Jesús deja en claro en el Sermón del Monte “¿Qué hombre hay de vosotros, que, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente?  Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? (Mateo 7:9-11).

El problema es que la mayoría de nosotros no cree que la vida abundante es la norma para la vida cristiana. ¿Nosotros consideramos que las promesas de Dios y nos preguntamos “Dios realmente prometió eso para mí? ¿Vamos, de verdad?” Cuando hacemos esto, nos esclavizamos nosotros mismos bajo esa esclavitud mental. No alcanzamos a reconocer la voz del enemigo persuadiéndonos “Tú no puedes alcanzar eso. Dios no quiso decir eso literalmente. ¿Realmente crees que esa promesa es para ti? ¿De verdad?”

Trágicamente, muchos cristianos se han convencido: “Yo no me merezco tener todo lo que Dios promete. Es demasiado bueno para ser cierto para mí. Yo solo estoy contento de haber sido salvo y liberado del pecado, y de tener un poquito de gozo de vez en cuando. No necesito ser un cristiano super-bendecido”.

¡Eso no es suficiente! ¿Por qué? Porque no es lo que Dios dice que quiere para nosotros. Las promesas de Dios no son solo aspiraciones, son realidades cimentadas firmemente para cada creyente. Siempre lo fueron y lo serán. En la vida enfrentamos continuos conflictos, pero no estamos en una guerra que nunca vamos a ganar. Estamos creados para alcanzar cada victoria que Él nos prometió.

¿Aun estas bajo algún cautiverio mental de algún tipo? ¿Has dejado de creer en las promesas de Dios? No dejes que el enemigo te robe tus expectativas de lo que Dios puede hacer. ¡Las promesas de Dios no están en un signo de pregunta, sino en un signo de exclamación! Esa es nuestra realidad. ¿Él realmente dijo que podías ser libre? ¿Es esta vida abundante tu realidad? ¿Eres más que vencedor en Cristo? ¿De verdad? ¡Pues SI, Él realmente lo dijo!