TENSIÓN EN EL APOSENTO ALTO

Cuando los cristianos escuchan la frase “El Aposento Alto”, uno de dos escenarios bíblicos viene a la mente. Para los Carismáticos y los Pentecostales la secuencia predominante ocurre en Hechos capítulos 1 y 2. En Hechos Capitulo 1, los discípulos se juntaron en el aposento alto de una casa, y “todos estos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús y sus hermanos” (Hechos 1:14). Luego, en el capítulo 2, las cosas se vuelven muy dramáticas.

"Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.” (2:1-4).

Esto fue el Pentecostés, y fue increíble. El milagro de hablar en lenguas era solo el comienzo. Una multitud de gente en Jerusalén vio lo que estaba pasando, y Pedro se levanto a predicarles con una gran unción del Espíritu Santo. Cuando él termino, “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados, y se añadieron aquel día como tres mil personas” (2:41).

Los cristianos aman esta historia del Aposento Alto porque demuestra un gran mover de Dios y el impacto inmediato del Espíritu Santo. Cuando pensamos en esta experiencia del Aposento Alto, es una que nos gustaría experimentar.

Pero esta secuencia en Hechos 1-2 es en realidad la segunda experiencia vivida en el Aposento Alto. La primera fue mucho antes, en Juan 13. Tuvo lugar en la noche antes de la crucifixión de Jesús, y también añade un sermón, uno que fue dado por Jesús mismo.

Jesús sabía que esa era su última noche con sus amigos, los discípulos, antes de su muerte. Él les abrió su corazón de una manera intima. Para él, esa noche era para trabajar en el área espiritual: él les hablo directamente a sus corazones con palabras duras de desafío y corrección. Jesús los confrontó acerca de la traición, negación y el rechazo de aceptar su muerte. Todo lo que él dijo, lo dijo en amor. Como el salmista escribe, “Tú amas la verdad en lo íntimo” (Salmo 51:6).

Hay  un contraste con la otra experiencia en el Aposento Alto en Hechos, el cual tomo lugar después de la resurrección de Jesús. La segunda experiencia fue una de la presencia palpable de Dios, de salvación, celebración y gozo. La primera, por contraste, fue muy difícil. Tener este tipo de experiencias difíciles son tan importantes para un cristiano como tener experiencias de gozo y celebración. De hecho, a veces tienen que venir antes para que una experiencia de Aposento Alto de gozo ocurra. En la primera reunión, Jesús trata con nosotros de la misma manera que lo hizo con sus discípulos: tratando con nuestros corazones, llamándonos a ser honestos con el y alineando nuestros corazones al suyo. Todo es parte de un propósito más grande para nosotros.

Jesús nos llama al Primer Aposento Alto para que nada nos impida experimentar el segundo Aposento Alto

Ninguno de nosotros entra por voluntad propia a la primera experiencia de Aposento Alto. Todos nosotros queremos la segunda experiencia. Preferiríamos ver a Dios moverse en manera ponderosa antes que ser confrontados con su disciplina. Este era el caso de los discípulos. Ellos habían visto milagros, sanidades y bendiciones, y naturalmente querían vivir mas de estas experiencias. Estas cosas les hablaban de la presencia viva de Dios en este mundo. Cuando Jesús les dijo que él iba a partir, ellos lo veían como el fin de todo esto.

En el Evangelio según San Mateo, cuando se habló de este tema, Pedro se negó a escucharlo. La reprensión de Jesús fue fuerte. “Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.” (Mateo 16:21-23).

 

Muchos de nosotros tenemos la esperanza de nunca tener este tipo de reunión con Jesús, pero esto tiene que pasar una y otra vez en nuestro caminar con él. No es un evento de una sola vez. Esa no fue la única vez que ocurrió en la vida de Pedro. Aún después de los Milagros de Pentecostés, el testarudo discípulo tuvo que ser confrontado muchas veces con desafíos difíciles y reprensiones santas. Durante el transcurso de nuestras vidas, experimentamos las dos clases de experiencias del Aposento Alto en ciclos. Esa es la manera que debe suceder. Pero la segunda experiencia solo les ocurre a aquellos que están dispuestos a experimentar la primera vez tras vez, teniendo sus corazones continuamente en cambio, sanidad, transformación y renovación por la amorosa mano del Espíritu Santo.

Quizás estas atravesando esta tensión ahora mismo. Tu vida no refleja una segunda experiencia del Aposento Alto, pero quizás es porque no estas dispuesto a pasar por la primera. Tú tienes hambre por las cosas de Dios y quieres que él se manifieste a tu vida, pero no dejas algunas cosas que te impiden esta relación con él. Si esto te está ocurriendo hay solo una cosa que hacer: Ora que Jesús tenga un encuentro contigo en el primer Aposento Alto.

Siempre hay tensión en el Primer Aposento Alto, está diseñado así.

Cuando las palabras de Jesús comenzaron a penetrar en los discípulos, hubo temor, incertidumbre y tensión. ¿Como serían sus vidas sin el glorioso reino que Jesús había traído? Ese pensamiento debería haberlos desorientado. Ellos habían visto gente discapacitada ser sanada, y multitudes de gente hambrienta ser alimentadas con una pequeña canastita de comida. ¡Ellos habían visto a Jesús caminar sobre las aguas! ¿Como sería su mundo sin estas cosas? ¿Qué diría del Padre si estos Milagros se ausentaran de la tierra? ¿Que le pasaría a su fe?

Jesús les estaba presentando a sus discípulos la dura realidad. Al comenzar el ministerio, las parábolas difíciles de entender habían causado que multitudes se apartaran de él. En cierto momento, él se volvió a sus discípulos y les pregunto: “Quieren irse ustedes también?” (Juan 6:67). Él podía haber hecho la misma pregunta ahora, en el Aposento Alto antes de su crucifixión.

Afortunadamente, aún con las verdades más difíciles, el Señor nunca nos deja en un lugar de desesperanza. Después de hablarles a sus discípulos de cosas difíciles, Jesús los alimentó con palabras de vida: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino.” (Juan 14:1-4)

¡Que promesas tan maravillosas! No hay esperanza mayor bajo el cielo que esas palabras que Jesús dijo a los que le seguían. No tenemos que estar turbados, porque él va delante de nosotros. No solo él ha preparado un lugar para nosotros en la gloria eterna, sino también prepara nuestros pasos aquí en la tierra. Él fielmente nos da la dirección para caminar en esta vida a la cual nos ha llamado. Considera esta maravillosa profecía a sus discípulos: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él también las hará; y aún mayores hará, porque yo voy al Padre.” (14:12)

Que giro tremendo en la conversación. En el medio de toda esa tensión, Jesús les dijo a sus seguidores que ellos harían mayores obras que las que él hizo. ¿Como podría ocurrir eso? Jesús dijo “Porque yo voy al Padre” (14:12).

Jesús nos da el ejemplo de que tenemos que atravesar el primer Aposento Alto y tener un encuentro con Dios para poder experimentar el segundo.

Piensa en lo que Jesús quería decir cuando dijo “Yo voy al Padre”. Él no solo estaba hablando del lugar donde iba, quería decir la Presencia del Padre en el cielo. Él también estaba refiriéndose al proceso: su crucifixión, muerte y entierro. Jesús sabía que él no iba a ser instantáneamente trasladado al cielo. El propio camino que tenía por delante era la cruz, incluyendo una corona de espinas y una terrible tortura. Él tuvo que enfrentar todo eso antes de ascender al Padre. Lo que él quería decirles a sus discípulos en esencia era “Las obras que voy a hacer en los próximos dos días, van a permitir una nueva obra, que nunca jamás se había hecho”.

Isaías profetizó a cerca de esto: “Mas él fue herido por nuestras rebeliones,
molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo,
y por sus llagas fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” (Isaías 53:5-6).

Mientras leo esas palabras, alabo a Jesús por las obras que él hizo. Porque a causa de la cruz, tengo el poder de decir a persona tras persona que pasa por mi vida “Tú has estado perdido en la oscuridad, pero Jesús te ama, te salva y te libera de todo eso”. Esas simples y humildes conversaciones han sumado miles de milagros de la vida real.

Cuando pienso en esos milagros, soy llevado de rodillas a los pies de Jesús. Le clamo a él, “Señor, llévame al Aposento Alto y háblame acerca de mi corazón. Me humillo ante ti por el testimonio de Isaías, al ver todo lo que hiciste por mí. Háblame acerca de todo lo que necesita ser cambiado en mi corazón. Quiero tener la experiencia de una reunión en la intimidad contigo en el Aposento Alto, para así poder vivir la experiencia del Segundo Aposento Alto donde miles esperan oír la verdad de tu evangelio. Llévame ahí, Señor, para que yo pueda hacer las obras mayores que tú ya has creado para mí.” Amen.