El Corazón del Padre en una Generación Lastimada

Reclamando Tu Valiosa Herencia

En este momento, hay una generación que está entrando a la adultez — y han sido terriblemente lastimados. Estos son jóvenes hombres y mujeres que han crecido con lo que yo llamo corazones huérfanos. Ellos sienten que no tienen dirección alguna en esta vida. Ellos no sienten el cariño vigilante que viene de un amoroso Padre celestial. Y están rechazando completamente el mensaje cristiano.

Esto puede ser porque crecieron sin un padre o una madre. Tal vez el padre o la madre los abandono físicamente. O tal vez uno de sus padres no estaba involucrado emocionalmente. Muchos en esta generación lastimada, aún buscan esperanza en Jesús. Pero miran en su iglesia y se preguntan, “Todos aquí de seguro se sienten amados, pues levantan sus manos libremente en alabanza. ¿Porque yo no me siento así?”

Sus heridas son profundas—y usualmente ellos reaccionan a estas heridas en una de estas dos maneras.

Los efectos causados por abuso o negligencia son trágicos. Y la reacción profunda humana a estas cosas son universales. Las personas suelen esconderse y apartarse, culpándose a sí mismos por lo que han experimentado, o algunas personas reaccionan violentamente con enojo y son incapaces de confiar en otros.

Tú probablemente conoces a cristianos que han pasado por estas mismas circunstancias. Cuando yo los llego a conocer, yo no miro a personas cobardes, llenas de enojo o rebeldes. En vez de eso, miro personas que han sido heridas hasta el desfallecimiento. Ellos están tratando de compensar lo que nunca se les mostró. Aún aquellos que tienden a reaccionar con ira, lo hacen con una sensación de vacío — una convicción interior que les dice, “no muestres tu verdadero yo, porque usted eres digno. Eres malo, terrible y no suficientemente bueno.” Esto solo perpetua el espíritu de orfandad en ellos.

Jesús aborda esto directamente en su Sermón del Monte. Él le habla a una generación ansiosa y herida cuando dice, “Miren las aves del cielo, que no siembran ni siegan ni recogen en graneros; y su Padre celestial las alimenta.

¿No son ustedes de mucho más valor que ellas?... Miren los lirios del campo, cómo crecen. Ellos no trabajan ni hilan; pero les digo que ni aun Salomón, con toda su gloria, fue vestido como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba del campo, que hoy está y mañana es echada en el horno, ¿no hará mucho más por ustedes” (Mateo 6:26, 28-30, RVA-2015).

Que increíble noticia para una generación — especialmente para una generación que ha sido lastimada. El corazón del pasaje es la pregunta hecha por Jesús: ¿No son ustedes de mucho más valor para él” En realidad, es una afirmación — que corta directamente toda ira, ansiedad, frustración y el profundo sentido de fracaso.

La última característica— un profundo sentimiento de fracaso — es una atadura en multitudes de cristianos.

Todos fallamos, y seguiremos fallando. Pero muchos que son parte del cuerpo de Cristo se miran a sí mismos como un completo fracaso en todo. Ellos piensan que no pueden hacer o decir nada bueno y se pasan noches sin poder dormir mientras se condenan a sí mismos. El día siguiente, cuando se levantan, ellos determinan esforzarse más – pero esto solo hace las cosas más difíciles, porque nunca podrán llegar al lugar de perfección que ellos se imaginan.

Después de un tiempo, estas personas se cansan de su caminar con Jesús. Piensan que algo está mal permanentemente en ellos. Y terminan escuchando mensajes de pastores que les digan cosas que ellos ya piensan de ellos mismos: “Usted no es bueno y Dios tiene que cambiarlo.”

Yo me siento mal por estos creyentes que están agobiados. Como su pastor, los veía venir a la iglesia cada semana con la esperanza que Dios les daría una clase de arreglo permanente. Viéndolos desde el pulpito, yo miraba sus ojos de desesperación. Ellos tenían la esperanza de que yo predicaría algo a lo que pudieran aferrarse, algo que les pudiera ayudar a sanar su constante fracaso.

Pero yo les predicaba como siempre le he predicado a todos a través de las décadas: Dios no es un mecánico. Él no está en el negocio de arreglarnos. Y nosotros no tenemos que ser “arreglados” para ganarnos su bendición. He perdido la cuenta a cuantas personas les he aconsejado que, “Como un cristiano, usted opera desde un lugar de gracia. Usted no tiene que trabajar para obtener gracia.”

Esto es lo esencial de las palabras dichas por Jesús en este pasaje. Él nos dice, “Ustedes trabajan e hilan de una manera que las flores nunca lo harán — y aun así Dios con su gracia llena las flores de belleza y vida. ¿Acaso no sabes que eres infinitamente más valioso a los ojos de tu Padre? Tú no tienes que preocuparte o esforzarse para complacerlo. Él te permite ser exactamente lo que él te ha llamado a ser — porque él te ama.”

Cuando Jesús fue a la cruz, fue una demostración de su gran amor por nosotros. Él estuvo en lugar nuestro a pesar de nuestras muchas imperfecciones y errores — todo porque somos de mucho valor para él.

Yo me relaciono con esta generación que se encuentra lastimada.

A través de mis primeras décadas, fui preso por un espíritu de orfandad. Si accidentalmente te hubieras parado en mi pie, yo me hubiera disculpado por haber tenido mi pie debajo del tuyo.

No era que yo cuestionara mi valor en los ojos de Dios. Mis padres siempre me hablaban con un sentido de destino. Ellos me decían: “Tu harás un impacto en este mundo.” “Dios te utilizara para tocar vidas.” Ellos eran maravillosos en este aspecto.

Pero también herede algo de ellos que contribuyo a mi espíritu de orfandad. Yo siempre pensaba que podría hacer más de lo que estaba haciendo. Mi padre fue parte de una generación que sentía que siempre había otro sermón que podía ser predicado, una persona más que podía ser guiada hacia Cristo, una pareja más que podría estar siendo aconsejada. Su pensamiento era, “No soy suficiente hasta que yo haya hecho suficiente.”

Esto fue transmitido a mi – y creó mucha ansiedad en mí. Me tomo muchos años aprender que hay una gran diferencia entre ser motivado por Dios y ser guiado por Dios.

Pablo vio a los cristianos de Galacia esforzarse bajo este tipo de carga. Él les escribió para enseñarles lo diferente que era el camino de Dios para sus hijos: “...Dios envió a su Hijo...para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: «¡Abba, Padre!» Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo” (Gálatas 4:4-7).

Que hermoso contraste. No somos esclavos de ningún sistema de medición de desempeño. Al contrario, Pablo dice, Dios nos ha atraído hacia él tiernamente como su “propio hijo”. Adicionalmente, Pablo utiliza una palabra para “adopción” que tiene dos diferentes significados. La primera es estrictamente legal. Pero la otra significa “poner en su lugar, causar pertenencia.” Nuestro Padre celestial no solamente nos adopta legalmente, mostrándonos su aceptación y aprobación. Él nos da su atención, su afección y también su autoridad. Y él nos bendice con su propia naturaleza: “Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios, que vive y permanece para siempre”(1 Pedro 1:23, Reina Valera).

Una vez tuve una experiencia que me ayudo a entender todo esto y cambió como miraba a Jesús— y a mí mismo.

Esta experiencia transformo mi vida, mis relaciones y la forma en que miraba mi ministerio. Yo no confío en experiencias que son categorizadas como espirituales, pero no están basadas en la palabra de Dios. Pero esta experiencia lo era.

Hace unos años, tuve a lo que yo llamo “un sueño despierto.” La única manera que puedo describirlo es diciendo que fue como ver un sueño revelarse ante mis ojos sin estar dormido.

En el sueño, yo estaba parado en un balcón de una hermosa cabaña hecha de majestuosa madera. Las ventanas eran altísimas y estaban hechas de vidrio de colores, y adentro, cerca del techo, habían luces que brillaban con una luminosidad natural. Me dije mí mismo, “Yo no me encuentro en el trono de gracia, pero yo sé que este es un lugar celestial.”

Debajo de mi en un piso espacioso hecho de madera y había una reunión llena de gozo de gente que estaba disfrutando un gran banquete muy lujoso.

Mas allá de la larga mesa del banquete se encontraba una maravillosa orquesta de cuerdas que tocaba música gloriosa. La gente inclinaba sus cabezas y mantenían su atención en una sola dirección. Finalmente, pude ver que era lo que capturaba sus miradas. Era Jesús y estaba danzando.

Sus movimientos eran maravillosos — poderosos, pero al mismo tiempo llenos de gracia, la forma en la que yo me imagino al Rey David danzando ante el Señor. Sus brazos estaban extendidos y sus movimientos emitían poder, belleza y autoridad. Eran impresionantes.

Sin embargo, mientras yo miraba todo esto, un sentimiento terrible se levantó en mí. Yo pensé, “Yo estoy solo en este lugar. Yo no encajo. ¿Por qué será que no puedo tomar parte en esto?” Sintiéndome malhumorado, subía las escaleras. Y fue en ese momento que sentí que alguien agarro mi mano. Era Cristo — y me levantó y puso mis pies encima de los suyos, de la manera en que un padre haría con su hijo. Y empezó a danzar de nuevo, y de repente yo formaba parte de los maravillosos movimientos que el hacía. Yo me encontraba en el mismo centro de su gozo— y era emocionante.

Yo estaba maravillado a lo que estaba pasando, la pura belleza y gozo de todo. Y fue allí donde Jesús me miró y me sonrió diciendo, “Gary, esto no se trata de ti. Se trata de mí.”

Con eso, todo cambio. “Caramba” Yo me di cuenta: “Yo miro que toda mi vida es a cerca de ti, Jesús. No se trata de mis problemas. Este es un baile— y es a cerca de ti. Este gran banquete se trata de ti. Esta canción se trata de ti. Ahora yo entiendo. Todo lo que yo he buscado está envuelto en ti.”

En ese instante, mi enfoque completo fue transformado. Mi estima, mi valor, mi sentido de pertenencia se volvieron cosas que ya no quería perseguir. Yo lo encontré en Cristo. Y me di cuenta que “¡Yo encajaba! ¡Que yo puedo danzar! Yo puedo comer, beber y entrar plenamente en esto, porque el me sostiene dentro de él.”

Cuando la canción termino, Jesús hizo señas para que lo siguiera por unas puertas enormes hechas de madera. Las abrió y había un paisaje lleno de diferentes pueblos. Jesús me dijo, “Tú no puedes quedarte aquí danzando, tienes que ir y decirles de mi amor. Diles de mi danza. Diles que los espero. Y no te preocupes, yo estaré contigo donde quiera que vayas.”

Y él estuvo presente conmigo. Mientras yo me dirigía a los pueblos, yo sentía sus brazos alrededor de mis hombros, como si él todavía me sostenía mientras danzaba. Yo pensé, “Esto no se siente como un trabajo; esto es un regalo. La carga que yo siento por estos pueblos no es pesada; yo me siento liviano, porque Jesús es el que lleva la carga. Yo puedo ir a donde sea que él me guie, y puedo hacer lo que sea que él me llame a hacer, porque él está conmigo.”

Esto solo fue un sueño —pero desde entonces nunca me he sentido despreciado en mi caminar con el Señor.

Me arriesgue a compartir esta experiencia contigo porque sé que hay muchos cristianos que son como yo lo era. El espíritu de orfandad prevalece hoy en día en una generación que ha sido lastimada. Esto aflige a algunos de los cristianos más sinceros y dedicados. Pero Dios ha hecho un camino diferente para sus hijos. Él quiere enseñarte lo valioso que eres para él, cuan poderosamente tú perteneces a su familia. Él te ha hecho heredero no de una agobiante carga terrenal, sino a una gran herencia celestial. ¡Reclama tu herencia hoy y únete a Jesús en la gran danza de la vida! ¡Tú eres es su valioso tesoro!