Gracia y Responsabilidad

Tengo en mí un sistema predeterminado de actuación, es un reflejo automático al que recurro cada vez que mi caminar con el Señor comienza a ser menor al esperado. Estoy hablando de mi tendencia a volver a depender de las obras en vez de la increíble gracia de Dios para restablecer mi posición con él.

Yo creo que muchos tenemos este sistema predeterminado actuando en nosotros. Es por ello que Pablo enfatiza la gracia de Dios una y otra vez a través del Nuevo Testamento. Carta tras carta, él insiste en la suficiencia de la gracia para nuestra correcta relación con el Señor.

Sin embargo, este sistema predeterminado - la necesidad de recurrir a las obras para compensar nuestras faltas - está trabajando constantemente dentro de nosotros. Es lo que me conduce a predicar sobre la gracia tan a menudo; yo la predico por que la necesito. A veces mi iglesia piensa que estoy predicando demasiado sobre el tema porque a menudo me dicen: "Sé que estoy bajo la gracia pero ¿cuál es mi responsabilidad?" Ésta es una buena pregunta, en un pacto de gracia - uno en el cual Dios ha hecho todo lo necesario para nuestra salvación - ¿qué papel jugamos nosotros?

Para muchos de nosotros, el concepto de la gracia no tiene ningún poder sobre nuestro caminar diario. Sabemos que Dios nos ha otorgado preciosos y costosísimos regalos en su Hijo y su Espíritu Santo y, por lo tanto, creemos que no debemos fallar o cometer faltas, y cuando lo hacemos, quedamos sorprendidos. No nos cabe en la cabeza que podamos seguir siendo terribles pecadores aún después de todo lo que Dios ha hecho por nosotros, imaginamos al Señor moviendo la cabeza lado a lado decepcionado de nosotros.

Y así nos convencemos de que podemos hacerlo mejor. Redoblamos nuestros esfuerzos en oración, lectura bíblica y en involucrarse en el ministerio. Nos prometemos a nosotros mismos hacer mejor aquello en que fallamos. Aquí está la locura de este acto reflejo: lo hacemos sabiendo cabalmente que nuestras obras no podrán hacer nada para justificarnos ante Dios. ¿Realmente pensamos que lo que Dios quiere de nosotros son más obras? ¿Dos horas de oración en vez de una? ¿De verdad quiere tenernos más ocupados?

Sólo dos cosas resultan de estos esfuerzos por salvarnos a nosotros mismos. Primero, evitamos hacer frente a nuestra maldad. Segundo - y mucho peor - nos privamos a nosotros mismos de beber de la abundante y profunda gracia de Dios. Pablo enfrentó este dilema desde el principio de la iglesia. Cuando los cristianos en Galacia trataron de agradar a Dios mediante las obras de la ley, Pablo los confrontó: "¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?" (Gálatas 3:1-2). Pablo está diciendo: "¿De veras creen que pueden perfeccionar la cruz?

Es fácil confundirse sobre nuestra responsabilidad para con Dios a causa de dos realidades contradictorias en nuestras vidas. La primera realidad son las palabras de Jesús diciéndonos: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" (Mateo 5:48).

Cuando pienso en la vida cristiana perfecta, mis pensamientos se dirigen al libro de los Hechos. De acuerdo a este maravilloso registro bíblico, nuestra fe puede mover a Dios a obrar milagros. Nuestro testimonio puede conducir a los perdidos a una vida transformada. ¿Quién de nosotros no aspira a eso? Esto nos lleva a la segunda realidad en nuestras vidas: Somos imperfectos, continuamente, consistentemente y seriamente le fallamos a Dios. ¡Qué contraste!

Escucho sermones de ciertos líderes cristianos por que admiro la forma en que ellos viven por el evangelio. Sus historias inquietan mi interior y pienso: "Yo quiero hacer lo que ellos están haciendo". Pero después que termina el sermón me doy cuenta: "Esta conmoción dentro mío me parece familiar. ¿A qué me recuerda esto?"

La respuesta es: mi niñez. La iglesia donde crecí recibía regularmente predicadores, evangelistas y misioneros. Ellos eran héroes para mí porque lograban cosas increíbles en el nombre de Dios. Ellos normalmente finalizaban sus mensajes diciendo: "Si tu realmente quieres agradar a Dios, tú darás todo lo que tienes para ir y servirle"

¡Qué emocionante era! Yo corría hacía el altar y oraba: "Señor, hazme un misionero como ésta persona". Más tarde, abría la revista National Geographic de mis padres y veía cómo la gente vivía en África, gradualmente mi oración había cambiando a "Señor, ¡no me envíes!"

En otra ocasión escuchaba a una evangelista testificando de milagros que ella había visto a Dios hacer por las personas que sufren, pero cuando yo oraba por mis amigos enfermos, sólo me contagiaba la enfermedad que ellos tenían.

No estoy restándole importancia a estas cosas, todos tenemos la responsabilidad de llevar esperanza y sanidad a un mundo perdido y herido. Pero cuando nosotros no vemos en nuestras vidas los mismos resultados que otros tienen, es fácil desanimarse. ¿Cómo podemos conciliar estas realidades en conflicto?

Cualquier obra que Dios nos llame a hacer debe estar sustentada por su gracia.

La gracia de Dios ha de cubrir todo lo que él nos llame a hacer. Mira bien si estas palabras describen tu caminar con el Señor: Agobiado, estresado, sobrecargado, mentalmente agotado, psicológicamente fatigado. Estos son los resultados cada vez que redoblamos nuestros esfuerzos carnales o terrenales, por agradar a Dios. Son claras señales de que la ley y no de la gracia de Dios está operando. Ahora considera estas palabras: Obligación, deber, endeudado, culpable, avergonzado, condenado. Estas palabras, ¿describen a alguien que ha sido puesto en libertad?

La libertad que Cristo ganó para nosotros en la cruz no sólo es una buena noticia para los perdidos. Es una buena noticia para todos los creyentes. Sin embargo, muchos siguen viviendo bajo una nube pensando que no son un hijo o hija bueno/a suficiente para con Dios. Ellos piensan que Dios los ama porque debe hacerlo, no porque a él le agradan.

Los evangelios nos dicen algo diferente, Jesús llamó a los doce pecadores, defectuosos e imperfectos discípulos a él porque él deseaba su amistad: "Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer" (Juan 15:15).

Jesús escogió compartir los deseos profundos del corazón del Padre con sus amigos. Él también ha hecho esto contigo cuando decidiste seguirlo. Así que, cuando tú vas a él en oración o entras a la iglesia, su actitud no es: "No, tú otra vez" ¡La verdad es todo lo contrario! Él quiere estar contigo, sentarse a tu lado, ser tu amigo, porque él realmente está contengo contigo.

Tú puedes pensar: "¿Cómo puede ser eso? nada de lo que veo en mi vida podría ser agradable a Dios". Es por eso que la Escritura nos dice: "porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree" (Romanos 10:4). Es imposible que alguien pueda vivir de acuerdo a la ley por mucho tiempo. Podemos continuar diciéndonos a nosotros mismos: "Lo haré mejor mañana, sólo tengo que revitalizarme” - Pero no podemos mantenerlo. Finalmente somos superados por una carga imposible de llevar y llegamos al fin de nosotros mismos.

Como el "fin" de la ley, Cristo es su pleno cumplimiento - lo que significa que ha hecho perfecto todo lo que la ley corregía. Y Jesús es el que nos espera al final de nuestros propios esfuerzos. Solo en él encontramos la verdadera libertad - no en ninguna "obra" que tratemos de cumplir.

Ahora déjame hacerte una pregunta: ¿las siguientes palabras te atraen? Vida, gozo, deleite, valentía, libertad, seguridad ¿Puedes imaginar tener este tipo de gozo en tu servicio a Cristo? ¿Cómo puedes obtener este gozo que empodera?

No viene a través de las obras de justicia. No tenemos el poder de ser justos por nosotros mismos. Podemos hacer nuestro mejor esfuerzo, esmero y ofrecer todo a Dios sinceramente, pero aún esto equivale a no más que trapos de inmundicia. La libertad viene solamente a través de la justicia de Cristo. Cuando su justicia se hace nuestra, somos liberados del esfuerzo en la carne y su Espíritu está en nosotros, liberándonos de la ley del pecado y la culpa y haciendo nuevas todas las cosas.

Esa libertad lo es todo. Significa libertad para llevar a cabo las responsabilidades divinas que él nos llama a hacer. De repente podemos testificar con audacia, tenemos una osadía que no proviene de nosotros mismos. La gracia fluye a través de nosotros en vez de un legalismo letal y que confina.

Hay sólo una forma de caminar en la libertad y gozo que Cristo ganó para nosotros: aceptando el regalo de su justicia. Hacer esto significa abrazar la gracia, no las obras. Esto no significa eludir nuestras responsabilidades, al contrario, es la única forma de poder asumir una responsabilidad real, estando bajo la cobertura de su gracia. ¡No podemos lograr nada en su nombre de otra manera!

 La unica verdadera responsabilidad del Cristiano es la que nace de la gracia de Dios.

 Isaías profetizó: "Ellos edificarán las ruinas antiguas, y levantarán los asolamientos primeros, y restaurarán las ciudades arruinadas, las devastaciones de muchas generaciones" (Isaías 61:4). Quienes oyeron a Isaías no pudieron imaginar el tipo de libertad y de hazañas que eran descritas aquí. Por generaciones el pueblo de Dios había sido aplastado bajo el peso de la ley y devastado por la carga de ella.

 Lo mismo era cierto para la gente en los tiempos de Jesús, eran duros con ellos mismos, aceptando las cargas del legalismo puestas sobre ellos por los líderes religiosos. Es por eso que las palabras de Cristo fueron tan revolucionarias cuando él citó directamente a Isaías para anunciar su ministerio: "El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ha ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a os quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos y a los presos apertura de la cárcel "(Isaías 61:1).

Jesús sabía lo que haría el regalo de la gracia: Nos liberaría por completo. Y su mensaje no era tan sólo para los no salvos. Cuando él habló de liberar a los cautivos, él estaba diciendo a los creyentes: "Si el hijo os libertare, seréis verdaderamente libres" (Juan 8:36).

Hoy somos tan duros con nosotros mismos como la gente en los tiempos de Jesús lo era. Pensamos que la gracia es blanda, fácil, como un pase gratuito. Pero la gracia es la fuerza más poderosa que jamás hayas visto actuar en tu vida. También es el único poder que produce verdadero fruto en tu caminar con Dios, en tu vida de oración, tu testimonio y tus buenas acciones en su nombre. Sólo cuando entremos plenamente en la gracia de Dios, su Iglesia será inquietada y empodera para caminar en las obras gloriosas que él nos ha puesto por delante.

Después de leer esto, ¿sigues luchando para ser perfecto? Sólo hay una entrada al camino de la perfección: a través de la puerta de la gracia. Tú ya eres perfecto ante los ojos de Dios, a través de la justicia de su Hijo Jesucristo. Ahora, ésta es tu responsabilidad: deja de esforzarte en tus propias fuerzas.

Tus esfuerzos únicamente te hacen retroceder, no avanzar. Ellos causan que te olvides de la gracia de Dios por completo, la gracia que trae libertad, gozo y poder para hacer todo lo que Dios nos ha llamado a hacer. El hecho es que vas a necesitar gracia sobre gracia para seguir adelante con Cristo. De modo que ahora no es el momento de redoblar tus esfuerzos. Es tiempo de confiar que Cristo ha provisto toda la gracia que tú necesitas -en cada paso- para caminar en el llamado único que él tiene para ti.

Jesús te ha llamado a la amistad, no para incrementar tus esfuerzos para que seas salvo. Es tu elección el caminar en la libertad que él te ha provisto por su gracia. Vida, gozo, deleite, audacia - todo esto es tuyo al entrar en la plenitud de su maravillosa obra que en la cruz hizo por ti. ¡Que su gracia reine en tu vida, pues él te ha hecho perfecto en él! Amén.