Destruyendo las Fortalezas del Enemigo

Maravillosas promesas de Dios para ti en tu prueba

En Miqueas 7, el profeta entrega un mensaje profético a Israel, uno que se aplica a los creyentes espiritualmente hambrientos en todo el mundo de hoy. Miqueas comenzó su profecía con un grito de dolor: "¡Ay de mí! ... no hay racimo para comer” (Miqueas 7:1).

Miqueas estaba describiendo el efecto de una hambruna en Israel — una hambruna de comida y de la Palabra de Dios. Su mensaje se hace eco de las palabras de una profecía anterior de Amós: "'He aquí vienen días, dice el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra del Señor. E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra del Señor, y no la hallarán’” (Amos 8:11-12).

Miqueas también habló por un pueblo hambriento hoy en día: la iglesia de Jesucristo. En su ojo profético, Miqueas previó que multitudes correrían hoy de un lugar a otro, buscando escuchar una verdadera palabra de Dios. Él vio a los creyentes corriendo de iglesia en iglesia, todos buscando satisfacer el hambre de alimento para sus almas. Y su grito todavía se escucha: "¡Ay de mí, porque no hay racimo para comer!”

Mi corazón está con cada persona atrapada por un evangelio contemporáneo sin sangre y sin poder.

Ellos nunca se han sido confrontados con sus pecados ni escuchado la palabra de verdad con convicción que produciría el carácter de Cristo en ellos. No se les ha dado nada con lo que construir su casa espiritual, excepto madera, heno y hojarasca. Y cuando sean llamados a comparecer ante Jesús, todo lo que han construido sobre sus cimientos arderá.

La hambruna espiritual de Israel no podría haber llegado en un peor momento: fue el punto de mayor decadencia moral de la nación. Había llegado el momento de un testimonio de justicia y una amorosa reprensión a los líderes de la nación por su pecado. Sin embargo, en el momento en que esto debería haber sucedido, la iglesia se había vuelto más mundana: "Faltó el misericordioso de la tierra, y ninguno hay recto entre los hombres; todos acechan por sangre; cada cual arma red a su hermano” (Miqueas 7:2).

El mensaje de Miqueas refleja los titulares de hoy. La gente ya no confía en sus líderes, su gobierno, su sistema judicial. No confían en sus empleadores, compañeros de trabajo, amigos o religión. Hay un quiebre de la confianza en todos los niveles de la sociedad. Como resultado, todos miran solo por sí mismos. Ya no escuchamos, "¿Qué puedo hacer para ayudar? ¿Cómo puedo contribuir?" Sino que el grito es: "¿Qué hay para mí?”

Sin embargo, Miqueas volvió su mirada hacia toda la decadencia y avaricia de la sociedad, a toda la apostasía y permisividad de la iglesia: "Por tanto, miraré al Señor; Esperaré al Dios de mi salvación; mi Dios me oirá” (Miqueas 7:7). Le dijo a Israel, en esencia: "Sí, la depravación ha plagado el alma de nuestra nación, causando ruina y decadencia. Pero, al final, nuestra vista no está en la horrible condición de la sociedad. Un verdadero vigilante no solo advierte sobre la espada; él también proclama las promesas de Dios. En medio del caos, quiere que su remanente santo sepa qué siete su corazón hacia ellos.”

Lo mismo es cierto también hoy. El Señor tiene un remanente cuyos ojos no están enfocados en la ruina de la sociedad o de la iglesia. De hecho, ellos están preocupándose del verdadero enfoque de los portavoces de Dios, haciendo eco de las exhortaciones de los profetas, “Vuelvan sus ojos al Señor, busquen su rostro, esperen en él. Él les sustentará y suplirá todas vuestras necesidades.”

Las promesas que Miqueas comienza a revelar en este punto parecen demasiado increíbles para ser ciertas. Y son ciertas también para todos los que forman parte de la iglesia de Cristo en este tiempo. Miqueas 7:14 dice: “Apacienta tu pueblo con tu cayado, el rebaño de tu heredad, que mora solo en la montaña, en campo fértil; busque pasto en Basán y Galaad, como en el tiempo pasado.” El pastor a quien se dirige aquí solo puede ser Cristo: “Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno” (Hebreos 13:20). Miqueas está profetizando que Jesús vendría a la tierra a pastorear y alimentar a su rebaño. Para quienes se vuelvan a él con fe y confianza, nunca habrá hambre.

¿Que nos dice esto sobre la hambruna actual? Nos dice que no podemos siempre culpar a iglesias muertas y pastores negligentes por nuestra debilidad. Si nos volvemos a Jesús, él promete alimentarnos. Esta promesa es también para aquellos que viven en lugares solitarios, donde no puede haber iglesias: “que mora solo en la montaña” (Miqueas 7:14).

Miqueas 7:15 contiene una de las mas gloriosas promesas de Dios a su pueblo.

“Yo les mostraré maravillas como el día que saliste de Egipto” (Miqueas 7:15). Esto se refiere al milagro que hizo Dios por Israel en el Mar Rojo. En pocas palabras, Dios nos está diciendo: Por años has escuchado sermones sobre el gran milagro que realicé por mi pueblo. Pero a pesar de lo maravillosa que fue esa liberación, fue solo una sombra. Yo quiero hacer por ti algo totalmente nuevo.”

En este momento puedes estar en un desierto espiritual, enfrentando los poderes de Satanás. Puedes sentir su ejercito de espíritus demoníacos rugiendo sobre ti. Y tal como los Israelitas estuvieron indefensos frente a su enemigo, tú estás indefenso delante de los tuyos. Sin embargo, tan seguramente como Dios abrió el Mar Rojo para que Israel pudiera caminar a través de tierra seca, él abrirá tu mar en forma sobrenatural. Vas a caminar a través de las trampas que el enemigo ha puesto delante de ti, y de toda su oposición espiritual. Y ya no tendrás motivos para temerle.

Miqueas profetizó: “Las naciones verán, y se avergonzarán de todo su poderío; pondrán la mano sobre su boca, ensordecerán sus oídos” (Miqueas 7:16). Miqueas está diciéndonos: “Tu liberación del Mar Rojo callará las mentiras del diablo. Él tendrá que callarse la boca con temor mientras ve cómo el Espíritu de Dios se mueve en ti.” Ya no creas las acusaciones del enemigo contra ti. Lo que pasará en realidad es que los poderes demoníacos terminarán completamente confundidos.

Muchos cristianos citan a 2°Corintios 10:3-4: “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas.” Muchos de nosotros pensamos que esas fortalezas son pecados sexuales, drogas o alcoholismo, pecados externos que ponemos al principio de la lista de los peores. Pero Pablo se está refiriendo a algo mucho peor que nuestra medida humana de la pecaminosidad.

Una fortaleza es una acusación plantada firmemente en tu mente. Y Satanás establece fortalezas en el pueblo de Dios implantando mentiras en sus mentes — falsedades o conceptos erróneos a cerca de la naturaleza de Dios. Puede plantar la mentira de que no eres espiritual, susurándote reiteradamente “Tú nunca serás libre del pecado que te acosa. Eres un hipócrita, porque tu mente todavía está llena de malos pensamientos. Tú nunca cambiarás. Ahora Dios ha perdido la paciencia contigo. No eres digno de recibir nada más de su gracia.” O él puede intentar destruir tu matrimonio diciéndote: “Tú no puedes soportar esta relación a menos que cambies de cónyuge.”

Si sigues escuchando esas mentiras, después de un tiempo comenzarás a creerlas. Cuando le compres esos argumentos malignos, se inscrustarán en tu mente y corazón — y se convertirán en una fortaleza. Esto permite a Satanás tener poder sobre ti a través de tu mente. Él no quiere poseer tu cuerpo; todo lo que necesita es un punto de apoyo en tu mente, para inyectar mentiras que constantemente retuercen tu mente y convierten sus pensamientos en un tormento.

No podemos derribar estas fortalezas solo con oración. La única arma que asusta a Satanás y sus hordas es la misma que lo asustó en la tentación de Jesús en el desierto: la Palabra viviente de Dios. Solo la verdad del Señor puede hacernos libres. Él promete ser Dios para nosotros: limpiarnos, perdonarnos y lanzar lejos nuestros pecados; para llenarnos de su Espíritu; para guiarnos, instruirnos y conducirnos a través de su Espíritu; y para poner dentro de nosotros el poder que necesitamos para caminar en santidad y obediencia.

Según Miqueas, aquí está la promesa a la que debemos aferrarnos: “¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Miqueas 7:18-19).

Nosotros no vencemos nuestros pecados; Dios los vence.

Y él tiene compasión de nosotros, aplastando todas nuestras iniquidades, arrojándolas al mar para que no vuelvan a ser usadas contra nosotros. Imagina a los hijos de Israel observando a todos esos soldados egipcios desaparecer bajo el agua para siempre. Ahora el Señor nos dice a nosotros: “Esos son tus pecados, y los verás hundirse hasta el fondo del mar. Los he sepultado para siempre.” Si te aferras a estas promesas, Dios promete que tus enemigos serán derrotados frente a tus ojos.

“Lamerán el polvo como la culebra; como las serpientes de la tierra, temblarán en sus encierros; se volverán amedrentados ante Jehová nuestro Dios, y temerán a causa de ti” (Miqueas 7:17). Las “serpientes de la tierra” aquí representan los temores que se arrastran en nuestra mente. Esto se refiere a temores plantados por Satanás, aquellas acusaciones que planta en la mente. Dios dice van a salir de sus agujeros temblando de miedo.

¿Qué significa esto? En pocas palabras, cuando tú permaneces en las promesas de Dios, todo poder demoníaco huirá de su escondite por temor al Dios todopoderoso. Además, el diablo y su ejercito “se volverán amedrentados ante Jehová nuestro Dios, y temerán a causa de ti.” Tú no temerás más al diablo; ¡él te temerá a ti! Él teme a cada creyente que camina en las promesas libertadoras del Dios todopoderoso.

Dios es fiel en cumplir su promesa para hacer que cada enemigo huya de nosotros. Ahora, tus tentaciones, hábitos y pecados que te atormentan pueden parecer obstáculos imposibles para ti. Pero el Señor promete librarte, y lo promete en su propio nombre. Él es fiel en cumplir su Palabra.

Haz esta oración: “Dios, tú has prometido con juramento que serás Señor par mi. Tú has dicho que me darías mi propia experiencia del Mar Rojo. Tú también has dicho que el diablo tendrá que taparse la boca, para no poder acusarme más con sus mentiras. Padre, yo permaneceré en tus promesas ahora. Librame y glorifica tu nombre en mi vida.” ¡Amén!