De quién viene la palabra, y de quién es el espíritu que estás manifestando?

Si alguien necesitaba escuchar una Palabra de parte de Dios, ese era Job. Recuerdas la historia de Job: Dios había derribado la cobertura que lo protegía a su alrededor y había dado permiso a Satanás para probar la fe de Job. Inmediatamente, el caos irrumpió en la vida de Job. Todos sus diez hijos murieron cuando un tornado les golpeó. Todos sus bienes materiales fueron destruidos — su casa, su ganado, sus propiedades, todo. Finalmente, a Satanás se le dio permiso para atacar el cuerpo de Job. El hombre fue atacado con abscesos desde la cabeza hasta los pies.

Cuando tres de los amigos de Job oyeron de su calamidad se reunieron con él para confortarle. “Ellos vinieron cada uno de su propio lugar; Elifaz…y Bildad…y Zofar” (Job 2:11). Con ellos estaba Eliú, joven ministro arrogante quien vino a observar. Cuando estos hombres llegaron donde estaba Job con dificultad pudieron apenas reconocerle por su forma tan desfigurada. Él estaba sentado sobre un montón de cenizas rascándose sus abscesos con un pedazo quebrado de cerámica. Los visitantes estaban tan impactados que no podían hablar. Todo lo que podían hacer era llorar. Luego rasgaron sus vestiduras y echaron polvo sobre sus cuerpos para mostrar su lamentación. Ellos se sentaron sin decir una sola palabra por siete días.

En el octavo día, Job no pudo más sobrellevar su dolor interno. Él explotó en un grito de angustia que venía desde su corazón: “Oh, que yo nunca hubiese nacido. ¿Por qué no morí yo en el vientre de mi madre? Nunca debí haber visto la luz del día. Deseo la muerte. Dios me ha encerrado” (ver Job 3).

Job no estaba enojado con Dios. Y él todavía tenía una fe con bases sólidas. Aún en su estado de quebrantamiento de corazón mostró reverencia para el Señor. Él todavía podía decir, “Aunque me matare, aun así confiaré en él” (13:15). Si, los seguidores de Jesús son infelices por multitudes — depresivos, desanimados, ansiosos, sin contentamiento, sin paz. Los jóvenes hablan de sentirse aburridos, aun con los miles de entretenimientos digitales a su alcance. Al final del día todo ello los deja con una angustia interna.

Pero Job estaba extremadamente desesperado. Él no podía entender cómo esto le había sucedido a un hombre que era tan fiel, obediente, hambriento por Dios y dándose a otros. Las Escrituras describen a Job como uno de los hombres más generosos que jamás hayan vivido. Él alimentaba a los pobres, cuidaba a las viudas, a los extranjeros, vestía a los que tenían frío y no tenían que vestir. Pero ahora él no podía seguir siendo los brazos amorosos de Dios para aquellos en necesidad. En lugar de ello, su fe estaba siendo probada por los mismos fuegos del infierno.

Yo creo que hay una Compañía de Job viviendo hoy. Multitudes de fieles, devotos servidores de JesúCristo soportan la misma clase de angustia que envolvió a Job. Como puedes ver, usualmente no es dolor físico que nos aflige a muchos de nosotros. La mayor clase de tormento puede ser mental. Cristianos alrededor del mundo hoy están sufriendo el quebrantamiento de Job: familias divididas, corazones devastados, cargas financieras, heridas emocionales y dolor. Sus pruebas pueden ser tan poderosas y abrumadoras que ellos claman como Job, “¿Oh, Señor, porqué esto ha venido sobre mí?

¿Cómo recibe Dios tal lenguaje? ¿Estaba él enojado con Job? ¿Le respondió, “Cómo te atreves a acusarme falsamente, Job? Tú has deshonrado mi Nombre y me has representado incorrectamente. Ahora has cruzado la línea y vas a pagar.” No! Dios tuvo compasión de Job. Él entendió la batalla que su siervo estaba librando contra los ataques del diablo. Bajo su ojo compasivo, las aflicciones de Job fueron traídas como una prueba  para hacer que su fe fuera tan pura como el oro.

En la condición de Job, la peor cosa que le podía suceder es que recibiera un mensaje de alguien con un espíritu equivocado.

Tristemente, esto fue lo que le sucedió a Job. Él estaba rodeado de cuatro hombres que tenían el mensaje equivocado, y se lo entregaron con un espíritu equivocado. Todos los cuatro hombres clamaban el tener una palabra de verdad de parte de Dios para Job. y por cuatro días, bombardearon a su amigo con un mensaje duro y acusador.

Bildad le dijo a Job, “Tus hijos fueron quitados de ti porque has pecado. Dios no trata a un hombre justo en la forma en que tú has sido tratado. Él simplemente no ayuda a los malhechores.” Zofar le añadió a sus supuestas palabras de aliento: “Job, hablas mucho. ¿Esperas que estemos en paz luego de que nos has mentido? Has obtenido exactamente lo que te mereces.” Elifaz le aconsejó, “Dios no pone confianza en su pueblo. El hombre es abominable e inmundo. Has coqueteado con el pecado, Job.”

Finalmente, Eliú, el joven arrogante, le dijo: “Job, el problema es que te has asociado con hombres malvados. Los ojos de Dios están sobre ti, y él ve todo lo que has hecho. Deberías ser probado hasta el final porque has defendido a los hombres malvados. Ahora has añadido rebelión a tu pecado.”

¿Puedes imaginarte ser "ministrado" de esta forma cuando estás tan herido? A pesar de los angustiantes clamores de Job, él nunca perdió su amor por Dios. Ahora, sin embargo, él tenía acusaciones cayéndole de todas partes. Él había sido verbalmente golpeado hasta el mismo polvo. La gota que derramó el vaso fue la acusación de Bildad: “Ningún hombre puede ser justificado ante Dios. Ninguno que haya nacido de mujer es limpio a sus ojos. Ni siquiera las estrellas son puras a su mirada.”

En este momento Job toma la palabra. Las escrituras describen la escena: “Pero Job respondió y dijo, ¿En qué ayudaste al que no tiene poder? ¿Cómo has amparado al brazo sin fuerza?¿En qué aconsejaste al que no tiene ciencia, y qué plenitud de inteligencia has dado a conocer? ¿A quién has anunciado palabras, y de quién es el espíritu que de ti procede?” (Job 26:1-4). De acuerdo a la traducción del original hebreo según Helen Spurrell, este último verso se lee, “¿De quién has robado tu mensaje? ¿De quién es el espíritu que estás manifestando?”

Job les dijo a estos hombres, en esencia, “Ustedes dicen que estoy débil, sin fuerza alguna. ¿Pero qué han hecho para fortalecerme? Me han llamado hipócrita y me han acusado de dar rienda suelta al pecado. ¿Pero cómo ustedes me han ayudado? Ustedes dicen que yo soy un tonto, ciego, sin sabiduría. Pero en todos los discursos que me han dado, ¿dónde ha estado una sola palabra de Dios que me convenza  o me ilumine? Ni una sola palabra de sanidad ha venido de sus labios. No he escuchado un mensaje del trono de Dios. Ustedes solamente han juntado palabras religiosas, y ellas me han dejado vacío. Solamente  han añadido más dolor al que ya tenía.”

Después Job les hace ésta pregunta  devastadora: “¿De quién es el espíritu que está detrás de todos estos sermones? ¿Quién los ha incitado a entregarme esta palabra que está abrumándome? ¿Quién les dio tal palabra, que carece de toda compasión por un hombre agobiado con dolor?”

Inclusive los más devotos creyentes hoy están siendo presionados hasta sus límites.

Por todas partes en la Casa de Dios hay problemas en los matrimonios, el divorcio está creciendo desenfrenadamente, las familias se están dividiendo y los hijos se están rebelando. Las personas temen que sus finanzas caigan, temen perder sus empleos y temen posibles ataques terroristas. Muchos están en la condición de Job — heridos, confundidos, en agonía, al límite de los recursos mentales, sin respuestas y sin paz. Algunos inclusive albergan pensamientos de rendirse y abandonar su fe. La frase más repetida que escucho de muchos cristianos ahora es, “No puedo soportarlo más.”

Yo he tenido que examinar mi corazón como un ministro del Señor. Constantemente me pregunto, “¿Cuál es el mensaje que el pueblo de Dios herido necesita más? ¿Cómo dirijo a sus santos como un pastor fiel, con el verdadero consejo del Señor? No les puedo traer un mensaje de algún libro o comentario. Señor, ¿qué palabra  quieres que le hable a la Compañía de Job?”

Jeremías, el profeta llorón, clamó desde su propia experiencia de Job, orando, “Oh Señor, corrígeme, pero con juicio; no en tu enojo, para que no me aniquiles” (Jeremias 10:24). La traducción de Spurrell de ésta última frase dice, “No en tu enojo, para que no me reduzcas a átomos.” El profeta estaba diciendo, “Señor, corrígeme, pero hazlo con amor bondadoso.”

Cuando Pablo guiaba a la Iglesia de Corinto, las personas allí se movían poderosamente en los dones del Espíritu. Los Corintios eran poderosos en la oración y daban generosamente a los pobres. Pero la congregación abundaba en pecado. Las vidas de las personas estaban llenas de disensiones, fornicación, codicia, borracheras e incestos.

Como un apóstol del Señor, Pablo tomó seriamente la advertencia en Proverbios: “El que justifica al impío, y el que condena al justo, ambos son igualmente abominación al Señor” (Proverbios 17:15). Pablo comprendió totalmente, “No puedo confortar a gente que camina en pecado. No los puedo afianzarlos en sus iniquidades. Eso sería una abominación. Pero tampoco me puedo poner frente a las personas justas en Corinto y ponerlos bajo culpa y condenación. ¿Entonces qué mensaje debo llevar? ¿Cómo puedo corregirlos y a al mismo tiempo también fortalecerlos?”

Pablo escribió de su dilema a la congregación: “¿Qué queréis? ¿Iré a vosotros con vara, o con amor y espíritu de mansedumbre??” (1 Corintios 4:21). Él les expuso todo el asunto claramente: “De cierto se oye que hay entre ustedes fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; tanto que alguno tiene la mujer de su padre” (1 Corintios 5:1). Pablo estaba hablando aquí de incesto. Él les estaba diciendo a los Corintios, “Ustedes han ganado una reputación de una vida sin restricciones de ningún tipo hasta el punto de permitir el incesto. Ustedes se llaman a sí mismos una iglesia santa que se mueve en el Espíritu, pero todo el mundo sabe que hay incesto entre ustedes.”

Esta es la forma en la que Pablo manejó la situación: “Yo Pablo les ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo” (2 Corintios 10:1). Él había actuado en la misma forma con los Tesalonicenses: “Antes fuimos tiernos entre ustedes, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos” (1 Tesalonicenses 2:7). “Así como también saben de qué modo, como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de ustedes, y les encargábamos que anduviesen como es digno de Dios, que los llamó a su reino y gloria” (1 Tesalonicenses 2:11-12).

¿Por qué Pablo escogió esta actitud? Él lo explica, “y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta” (2 Corintios 10:6). El apóstol dejó este punto absolutamente claro: “Si ustedes van a pelear una batalla exitosa en contra del pecado en alguien más, primero deben estar seguros de su propia obediencia a Dios.”

¿Cuál es el verdadero, efectivo y poderoso espíritu que trae vida y alcanza el corazón?

Pablo describe este espíritu  cuando le escribe a los Corintios: “Pues me temo que cuando llegue, no les halle tales como quiero, y yo sea hallado de ustedes cual no quieren; que haya entre ustedes contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuraciones, soberbias, desórdenes; que cuando vuelva, me humille Dios entre ustedes, y quizá tenga que llorar por muchos de los que antes han pecado, y no se han arrepentido de la inmundicia y fornicación y lascivia que han cometido” (ver 2 Corintios 12:20-21).

La única forma en la que un mensaje puede cambiar a alguien es cuando es entregado con compasión. Ese es el sentir del corazón de Dios hacia su pueblo. Jesús inculcó este punto en sus discípulos. Él había enviado a Santiago y a Juan adelante a muchos pueblos para que le prepararan su camino a Jerusalén. Pero cuando los hermanos vinieron de Samaria, el pueblo los rechazó. Santiago y Juan se fueron enojados. Le pidieron a Jesús, “¿Señor, quieres que pidamos que caiga fuego del cielo sobre este pueblo?”

Jesús los reprendió: “Entonces volviéndose él, los reprendió, diciendo: Ustedes no saben de qué espíritu son; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas” (Lucas 9:55-56).

Santiago y Juan pensaron que ellos estaban hablando de parte de Dios. Pero Jesús les dejó bien claro que ellos estaban siendo movidos por otro espíritu completamente distinto al suyo. Que Dios no permita que seamos médicos que no curen a nadie, sin ningún valor. Antes de predicar, hablar, enseñar o corregir a alguien, debemos siempre de revisar nuestro propio espíritu.

¿Conoces a algún hermano o a alguna hermana en Cristo que está herido o herida? Dios te está dando su carga. Y tú estás llamado a darles solamente aquellas palabras que él te da — palabras de compasión entregadas en amor. Reconoce el espíritu en el que hablas, y asegúrate que es el de él. Si compruebas que sea su espíritu, su bálsamo sanador podrá fluir poderosamente a través tuyo para todos aquellos que están heridos. Amén!