Tu Batalla es del Señor

David Wilkerson (1931-2011)

La razón por la que escribo esto es para recordarte que la batalla que estás enfrentando no es tuya sino de Dios. Si eres un hijo suyo, puedes estar seguro de que Satanás “se enfurecerá contra ti”.

En 2do. Crónicas, una gran multitud vino contra el pueblo de Dios. El rey Josafat y su pueblo se dispusieron a ayunar y buscar al Señor. El rey clamó a Dios una oración que la mayoría de nosotros hemos orado alguna vez en nuestro camino espiritual. “Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos” (2 Crónicas 20:12). El Espíritu de Dios descendió entonces y un hombre habló a toda la congregación, diciendo: “No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios” (2 Crónicas 20:15).

Isaías dio una advertencia similar a todas las fuerzas que venían contra el pueblo de Dios. ¿A quién vituperaste, y a quién blasfemaste? ¿Contra quién has alzado tu voz, y levantado tus ojos en alto? Contra el Santo de Israel” (Isaías 37:23).

Dios le dijo a Satanás: “He conocido tu condición, tu salida y tu entrada, y tu furor contra mí” (Isaías 37:28). Dios le dijo a su pueblo Israel y nos dice hoy: “La batalla no es contra ti. Es el furor de Satanás contra mí, que soy quien habita en ustedes”.

Tú puedes terminar tu batalla rápidamente rindiéndote y entregándote a tus miedos y dudas. Satanás no molestará a aquellos que renuncien a su confianza en el Señor. Sí, la batalla es del Señor, pero tenemos un papel que desempeñar. La fe exige que yo entregue todos mis problemas, todas mis situaciones críticas, todos mis temores, todas mis ansiedades, en las manos del Señor. Cuando he hecho todo lo que puedo hacer y sé que mi batalla está más allá de mi poder, debo someter todo en las manos de Dios.

Nuestro Señor conoce el furor de Satanás y debemos creer verdaderamente que él actuará. Él nos llevará a través de inundaciones e incendios y nos pondrá a perseguir a todos los enemigos espirituales. Si te aferras a tu fe, espera que Dios venga, por su Espíritu, a tu situación y ponga fin a tu batalla. ¡La salida es confiar!