Distracciones Involuntarias

David Wilkerson (1931-2011)

Nuestras mentes tienen una tendencia natural a divagar y desviarse. A menudo no podemos dormir porque no somos capaces de acabar con el aluvión de pensamientos que invaden nuestra mente. A éstas, las llamo “distracciones involuntarias”.

Mientras me sentaba en la iglesia durante el culto recientemente, mi mente se inundó con pensamientos invasivos sobre el ministerio, mi próximo sermón, las finanzas de la iglesia y la necesidad de más espacio. Todas estas son cosas importantes, pero estaba totalmente distraído de adorar al Señor. Tenía que seguir llevando cautivos mis pensamientos.

Cuando Dios tuvo comunión con Abraham e hizo un pacto con él, Abraham mató cinco animales y los presentó como sacrificio. Las Escrituras dicen: “Y descendían aves de rapiña sobre los cuerpos muertos, y Abram las ahuyentaba” (Génesis 15:11).

Eso es exactamente lo que nos sucede durante la adoración. Los pensamientos vuelan sobre nosotros como pájaros molestos, interfiriendo con nuestra intimidad con él y tratando de devorar nuestro sacrificio. Al igual que Abraham, nosotros debemos ahuyentarlos a todos.

Cada vez que me encierro para orar, al cabo de diez minutos mis pensamientos empiezan a volar en todas direcciones. Escucho mi boca adorar al Señor, pero mi mente está completamente en otra cosa. Intento luchar contra la avalancha de pensamientos, pero llegan aún más. La carne lucha constantemente contra nuestro espíritu, deseando nuestra atención.

Lo mismo me pasa en la casa de Dios. Puedo estar alabando al Señor, lleno de amor por Jesús, cuando de repente mi mente comienza a perseguir algún otro asunto. Nuestros pensamientos errantes no siempre son del diablo. A veces simplemente nos invaden pensamientos de negocios, de familia, de problemas, de dificultades. Pero siempre hay que llevarlos al cautiverio, ¡porque estamos en guerra!

La carne siempre intentará interferir con nuestra adoración o nuestro tiempo de oración. Se nos ordena resistir la carne y debemos seguir enfocándonos nuevamente en Jesús. Si mantenemos nuestra mente centrada en Dios, su fuego caerá sobre nuestro santo sacrificio.